Nació en 1980 en la ciudad de Amuda, en Kurdistán, norte de Siria. Publicó “Serpientes ciegas”, en 2003; “Secretamente conté en mi corazón”, 2008; “Un ojo retraso de dormir”, 2018; “Los gorriones se comieron mi lengua”, 2020; y “No me importan mis muñecas”, 2022. Los dos primeros se publicaron en forma encubierta, por falta de aprobación del gobierno. Radicado en Alemania, estudió traducción y trabaja como editor. Llevó al kurdo a Fernando Pessoa y Walter Benjamin. A la vez, poemas suyos fueron traducidos a varias lenguas. Los poemas que siguen fueron traducidos al castellano por Jiyar Homer y Elías Olaviaga, quienes lo pusieron a disposición de La Poesía Alcanza.
Tu nombre
Tu nombre gime en la cueva de mi boca
como un animal herido,
sus gemidos toman el lugar de mi voz.
Una miel oscura y varonil fluye de sus heridas.
Por su bien, quiero cellar mi boca,
jamás la abriré mientras esté vivo.
Remando, ataca nombres y palabras a voluntad
y los come.
Es un comedor de palabras,
es un establo alimentado,
pero mi mano no me deja decapitarlo;
Es la imaginación intensa de mi lengua,
es mi navaja brillante
que he guardado para desollar el resto del rebaño.
Creer
Ya no creo en nada,
en primer lugar en mí mismo.
Ahora soy un desierto bastante desierto.
Como un grillo al que de repente la luz lo ilumina,
vuelvo a la oscuridad íntima de mi interior.
No sé cómo será mi final,
¡Ni cómo son mis creencias!
No me preocupo por ninguna.
En mis peores días,
nunca he sentido la creencia
que pudiese cambiar algo.
En mis peores días,
en mis días felices y brillantes,
no vi nada más amable e incondicional que mi soledad,
y en las ruinas de mi corazón
no vi nada más tranquilo y cercano.
La bandera
Tenía que levantarme a las tres de la mañana e ir a trabajar.
Me pregunté, “¿No puede ser que no te duermas y vayas a trabajar,
o te duermes y no vas a trabajar de una vez,
o no te duermes ni vas a trabajar?”
El último me vino a la cabeza
como una canica avanzando hacia la línea.
Abrí mis ojos. Lloviznaba.
Golpeaban martillos a un caldero dentro de mi cabeza,
cantando un himno moderno del trabajo.
Las manos callosas y devotas de mi padre eran mi edredón.
Recibí una carta que me decía: “¡Eres un niño!”.
¿No sé si esto es un elogio o un insulto?
¡Ojalá fuera un niño!
Y podría escuchar el canto de los grillos
con el prepucio cortado por manos de Mahoma,
y podría orinar mi cama
¡Y mis sábanas orinadas serían la bandera de mi patria!