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  • Rodrigo Garrido Paniagua (España) / Aliento de selva

    Jaulas

    Si el plan se lleva a cabo,
    en todos los balcones con jaula
    mañana no habrá pájaros
    y el cielo estallará en piruetas de colores.
    Pero solo si el plan se lleva a cabo.

    En cada bostezo en la jaula
    el tigre olvida su aliento de selva.
    Es menos tigre. Es menos selva.

    Esperan los animales
    al viento que arranque todas las jaulas.
    Ahora sus corazones bombean sangre oxidada.

    Por fin el viento arrancó todas la vallas.
    Los animales,
    asustados por una mirada sin barrotes,
    decidieron volver a cerrar los ojos.

    Indecisión

    Es en esta peregrinación
    de bar en bar,
    de tumba en tumba,
    donde se gesta la palabra.

    Los puños, enfundados,
    son solo la argucia del cuerpo
    para combatir el frío.

    Niños que llaman a los timbres y salen corriendo
    es el mayor acto revolucionario que jamás he visto.

    A la cara nos miramos
    esperando una señal en forma de cielo rojo.

    Nadie conoce el lugar exacto donde se escribe la Historia.
    Ninguno conoce la fértil recompensa del disturbio.

    Clandestinos

    Primero nos asignaron un sueldo
    manchado de sudor y enfermedad
    y la necesidad de tatuarnos en las manos
    la oscura posesión de las cosas.

    Después llamamos voluntad
    a las vallas clavadas en la tierra,
    trabajamos para los cartógrafos del dolor,
    y delatamos, sin miramientos,
    a exploradores que cavaban
    túneles en la sombra.

    Nos acostumbraron al cautiverio.
    Nos acostumbramos al cautiverio.

    Un maquillaje torpe
    enmascara
    miradas que tiemblan.

    Algunos respiran lento
    para poder llamar a las cosas
    por su nombre.

    Dormimos de pie y por turnos,
    nos sabemos presas,
    intuimos que una vez fuimos

    hermosos animales salvajes.

    Guardianes que roban la noche

    Lanzar la vista al profundo escote de los balcones
    a la espera de pescar un pez prohibido.

    Ese era el plan.

    Pero antes de poder ver el mar
    dijeron que nuestros sueños estaban contaminados.

    Alguien silba una melodía
    que podría despertar conciencias,
    otros aspiran el cáncer de la duda,

    la mayoría escupe, escupe
    como muchachos haciéndose los valientes.

    En la oscuridad
    alguien dirige grandes focos
    que se pasean por los muros de la lluvia.

    Rozamos con los dedos un nuevo lenguaje

    Pensamos:
    “es la hora de cavar túneles
    que atraviesen negras embajadas,
    de deshacernos de la costra apagada del barco,
    de nadar en la superficie de este mar sucio”.

    Abrir los ojos,
    ver,
    dejar de ser extraños.

    Pensamos:
    “descubramos músicas que nos agoten
    el corazón de alegría,
    interpretemos como afirmación
    el movimiento de los columpios”.

    Pero no pudimos ir más allá.

    Regresamos como las olas
    después de haber intentado vencer
    a la costumbre,

    como el boomerang que lleva escrito
    en su ADN
    el abismo curvo de la distancia

    y no cree en su victoria.

    Nació en Valladolid, en 1978. Publicó “Los dormidos”, “La primera vez que vi un animal muerto”, “El silencio del hombre sin otro hombre”, “El amor en la era de la big data” y “El silencio del hombre sin otro hombre”. Es historiador del Arte y editor. Fundó la editorial La Penúltima, con Antoine Lemarck, también poeta. Poemas suyos están incluidos en antologías, entre ellas “Ni una más. Poemas por Ciudad Juárez”, publicada en 2014 por Amargord.

Declarada de interés cultural (2014)

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