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  • La sangre soñadora de los trenes

    JORGE TEILLIER

    Los trenes de la noche

    1

    El puente en medio de la noche
    blanquea como la osamenta de un buey.
    Entre la niebla desgarrada de los sauces
    debían aparecer fantasmas,
    pero sólo pudimos ver
    el fugaz reflejo de los vagones en el río
    y las luces harapientas
    de las chozas de los areneros.

    3

    Recuerdo la Estación Central
    en el atardecer de un día de diciembre.
    Me veo apenas con dinero para tomar una cerveza,
    despeinado, sediento, inmóvil,
    mientras parte el tren en donde viaja una muchacha
    que se ha ido diciendo que nunca me querrá,
    que se acostaría con cualquiera, menos conmigo,
    que ni siquiera me escribirá una carta.
    Es en la Estación Central
    un sofocante atardecer
    de un día de diciembre.

    5

    Los pinos descortezados y nudosos
    pasan interminablemente delante de nosotros,
    y nos miran hasta que nos damos cuenta
    de que su rostro es el rostro
    de nuestros verdaderos antepasados.

    7

    Cuando el pequeño tren se anima a subir la cuesta
    mira temeroso a la luna
    que lo contempla con la misma cara airada
    con que el reloj de cocina mira al adolescente
    que por primera vez llega tarde a casa.

    (Lautaro, Chile, 1935-Viña del Mar, Chile, 1996. Poemas de “Crónicas del forastero”, Colección Musarisca, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999).

    ENRIQUE MOLINA

    Como debe ser

    Aquí está mi alma, con su extraña
    insatisfacción, como los dientes del lobo:
    la narradora de naturaleza cruel e insumisa
    que nunca encuentra la palabra;
    Y por allá se aleja un viejo tren, momentáneo y perdido,
    como una luz en la lluvia, pero vuelve
    a repetir su jadeo férreo y a llevarnos de nuevo
    en el verde aire de los amores errantes.
    Pues un tren no sólo moviliza sus hierros
    sino sangre soñadora deslumbrada por el viaje,
    rostros arena, rostros relámpagos, rostros que
    / hacen música
    y puede crujis burlonamente también
    cuando los demonios, en el salón comedor,
    al cruzar por una pequeña estación de provincia
    con un cerco de tunas y el mendigo predilecto de
    / la Virgen,
    sacaban la lengua y aplastaban su trasero desnudo
    / contra el vidrio de la ventanilla.
    Y nunca más vuelvas a despedirte de mí,
    en medio de esta tierra cabeza abajo que se eriza
    / en el aire frío.

    (Buenos Aires, 1910-Ib. 1997. Poema de “Orden terrestre. Obra poética 1941-1995”, Seix Barral, Buenos Aires, 1995).

    JUAN MANUEL ROCA

    Trenes

    Atentos
    a señales luminosas
    los trenes
    los furgones del correo
    (látigos negros que parten la noche
    en dos tajos de silencio)
    dibujan oscuros trazos
    secretas escrituras.

    Alguien
    hace el cambio de agujas en el muelle:
    entonces entran
    al túnel de mis sueños.

    (Medellín, Colombia, 1946. De “Botellas de náufrago. Antología poética 1973-2008), Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2008).

    VICENTE MULEIRO

    Trenes

    Trenes que salen de ningún lugar
    trenes que arriban a ninguna parte.

    No atraviesan la bruma
    ni levantan el polvo
    ni murmuran su paso por las noches.

    Como la vida, trenes.

    Sin embargo, en silencio
    alguien les dice adiós a ciertos rostros
    desdibujados en las ventanillas.

    (Buenos Aires, 1951. De “El maratonista. Antología personal 1978-2016”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2016).

    VIOLETA PARRA

    Pasamos por Longaví

    La alegre nos duró poco
    porque la casa decente
    menió toitita la gente
    dandon chilli’os de loco.
    Mi taita poquito a poco
    fue enseñándonos muy bien
    qu’estábamos en un tren
    y no hay por qué tener susto,
    dejándonos muy a gusto
    nos arrimamos a él.

    Saliendo de la ciudad
    fue la primera sorpresa
    que me dejó la cabeza
    un tanto destatalá’;
    mi taita con majestad
    dijo: es el campo, niñitos,
    aquellos son corderitos
    y esas alturas, montañas,
    y esa humildes cabañas
    de los pobres, pues, hijitos.

    Pasaban como unos rayos
    uno por uno los bueyes,
    derechos como unos reyes;
    los puentes y los caballos.
    Un hombre vendiendo paños,
    otr’ofertando peinetas.
    Si no te callas, Violeta
    -con cara de vinagrera,
    dijo mi mamá sincera-,
    yo voy a darte la fleta.

    Y yo que por vez primera
    paseaba como una reina,
    dichosa porque me peina,
    el viento la calavera.
    ¡Benhaiga la ventolera
    que dentra por la ventana!,
    protesta de mala gana
    un franciscano gruñón,
    al verse sin “guarapón”
    y al cogote la sotana.

    Pasamos por Longaví
    llegamos a Miraflores
    como chirigües cantores;
    abrimos el cocaví.
    Los pasajeros allí,
    comieron pollito fiambre,
    después vide los alambres
    que s’iban y se venían,
    y de repente veía
    de pájaros, un enjambre.

    (San Carlos, Chile, 1917-La Reina, Santiago, 1967. De “Poesía”, Editorial UV de la Universidad de Valparaíso, Valparaíso, 2016).

Declarada de interés cultural (2014)

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