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  • Winston Morales Chavarro (Colombia) / Viaje inexorable

    VII

    Extranjera
    Danza de fuego
    Sé que la muerte es escuchar otras voces
    Y por eso
    Poso mi oído
    En la cascada de tu río.

    Busco la muerte
    Y camino desnudo entre las piedras
    Busco esa voz
    ¿Acaso distante?
    ¿Acaso cercana?
    Tal vez en mí
    Disfrazada en mí.

    Sé que allí
    En el silencio obscuro del espejo
    Está el sonido orquestal de otra mañana,
    Mi cabeza se agita con el viento
    Y llueve
    Llueve y he sabido con la lluvia
    El diccionario abierto del camino.

    X

    Me sobra coraje para amar la muerte
    He viajado a mi niñez en sus espaldas
    he visto los helechos colgantes en el patio
    el árbol de la vida
    el claro de luna
    llegándome,
    apaciguándome.
    Gracias a la muerte
    Estoy en Schuaima
    Otro modo de existencia
    Otra forma de quedarse
    Y acostumbrarse a los recuerdos
    A uno mismo,
    A ese otro conocido.
    La roldana y el cubo
    Cantaron la caída de mi cuerpo
    A través del túnel de las sombras
    Su música blanca;
    -Cántico dormido al final del pozo-
    formó una gigantesca onda
    que cubrió de canciones y músicas eternas
    mi espíritu de pájaro
    mi alma de águila nocturna.
    Forastera
    He abierto los ojos a la vida
    Luego de ese viaje inexorable
    Después del paso transitorio por el sueño.
    La música de la roldana llegó como el sonido de las aguas.
    Antes de que cayeran las hojas de los árboles
    Antes de que el viento dibujara otro reloj
    Con las estrellas
    Estaba en Schuaima
    Desprovisto de mi antigua ropa,
    Desnudo,
    Con los ojos abiertos
    Entregado a la pasividad,
    Al permanente transcurrir
    Por el valle de las tristezas.

    XII

    Mujer en el espejo
    Toma de mí
    Las cosas que ya fueron tuyas
    El sonido de las hojas
    El silbar quedo de mis ramas
    Haz de este escueto tronco
    Un asentamiento para tu estadía,
    ¡Ven, forastera!
    Sólo ofrezco para tus manos
    Un ramillete de fragantes piedras
    Bajo la pequeña
    —casi mi diminuta sombra—
    puedes quedarte
    no importa el tiempo
    al fin y al cabo
    el tiempo para los dos no existe.

    Soy un hombre viejo
    Un árbol moreno y oxidado
    Pero te juro
    Que aún puedes hacer de mí
    Una canción para la muerte
    Para la vida
    O quizás para otra cosa más hermosa.

    Forastera
    Aún anidan en mi tallo
    Escarabajos transparentes
    observa mujer de ojos luminosos;
    mi coraza de colibrí y de mariposa
    resiste millones de guerras, de guitarras
    y otro caminar para la suerte de tus días.

    Quédate extranjera
    Mañana ya seré otra cosa
    Y tú estarás demasiado joven
    Para comenzar de nuevo.

    El viento

    Esta Terra tiene un viento esmeralda
    esta brisa es la voz de los sauces
    este trinar el viaje de un barco
    cuyos peces de plata
    navegan sobre un océano de tábanos y yarumos.
    Cuando el viento de esta Tierra canta
    se levantan las sombras,
    las tórtolas hablan de lluvias
    y el hombre moja de palabras
    el pan para un nuevo vino.
    Schuaima
    Terra donde el viento danza entre el ciprés
    levantando el faldón de las hojas.
    ¿Qué es lo que trae la brisa en sus labios?
    ¿Cuáles sus palabras desnudas?
    ¿Qué es lo que canta el viento del este
    cuando gira como hilandera
    otro diluvio pequeño
    y los niños saltan como trigo,
    las mujeres brotan como cántaros,
    los espíritus se visten de lluvia
    y desnuda la tierra su poro de árbol
    para que crezca de nuevo la brisa
    y florezca de nuevo el fruto?

    Los pobladores

    Los árboles en Schuaima
    son hombres petrificados
    que han adoptado el lenguaje de viejas torres de trigo.
    Hombres que antes de madera fueron barro
    antes de ceniza fuego
    y llameaban en la noche
    como una caracola de trigo
    o una estrella de ramajes y arboladuras.
    En mi memoria de extranjero
    persiste su posición de Hidalgos
    sus rostros de guerreros besados por el sol;
    Su postura de arqueros
    sobre un rocinante de musgos y de piedras.
    Árboles de Schuaima
    hombres leñosos que madrugan con su canto de corneja
    y se vierten por la llanura
    para desperdigar su sombra o su quejido.
    Quijotes de talles gráciles
    en donde Dulcinea teje una telaraña de invocaciones
    mientras el obeso de Sancho
    sueña con Barataria
    en la curva olorosa del yarumo o del algarrobo.
    Estos;
    los árboles de Schuaima
    hombres que han preferido vestirse de lluvia;
    columnas de hojas secas en las riberas del bosque y del sueño.

    Canción de Eva a Adán
    (para mitigar el viaje)

    Cuán hermoso es el barro que se levantó de otras orillas
    Y se formó como un pájaro en el bosque
    Hasta cantar la diadema de los ríos.
    Cuán bello su orgullo de hoja seca
    Que se doblega como un faro
    Al contacto inmisericorde de la espada.
    Cuán bello es el hombre que bautizó a los animales de la selva,
    Puso nombre a los ríos de la muerte
    Y le canta al Chatak de los lejanos pinos
    Para que descienda el agua de la acequia
    Sobre las viñas y los olivares de las sombras.
    Cuán hermoso es Adán
    Innumerables son los hijos que le ha arrojado al mundo,
    Innumerables las manzanas que lleva bajo el brazo,
    Innumerables los ríos que ha sobre-nadado
    E innumerables las colinas y las arenas recorridas
    En su último destierro.
    Cuán hermoso es el pájaro del Génesis:
    Su boca tiene la medida exacta de los frutos del Apocalipsis
    Y sus ojos las visiones premonitorias
    De todos los calvarios:
    Las hojas afiladas y serradas
    De sus próximos destierros.
    Cuán hermoso es Adán
    Cuán magna su sabiduría de la muerte
    Su tortuoso caminar por los recovecos de esta Terra.
    Cuán hermoso el paradigma del sepulcro,
    Sus costillas, sus cabellos, sus ojos, sus pestañas,
    Sus manos de extranjero
    En los confines de otro continente.
    Cuán hermoso es Adán
    Esta noche me entregaré de nuevo a sus mieses, a sus frutas,
    A su siega.
    Como quien va de los precipicios de las sombras
    Al vórtice inigualable de otro paraíso,
    Me entregaré de nuevo a él
    Como la última manzana,
    Como la última mujer que puebla sobre el mundo.

    • Los poemas VII, X y XII son de “Aniquirona” (1998).

    Nació en Neiva, Huila, en 1969. Publicó “Aniquirona”, “La lluvia y el ángel” (1999), “De regreso a Schuaima”, 2001; “Memorias de Alexander de Brucco”, 2002; “¿A dónde van los días transcurridos?”, 2016; “Summa poética”, 2005, y “¿A dónde van los días transcurridos?”, 2016. Es también narrador y ensayista. Entre otros reconocimientos, ganó el concurso de la Casa de Poesía (1996); el premio José Eustasio Rivera (en 1997 y 1999); y el concurso nacional “Euclides Jaramillo Arango” (en 2000). Fue fundador y director editorial del periódico Neiva y codirector de la revista Índice de Literatura, entre otras actividades en este campo.

Declarada de interés cultural (2014)

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