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  • Antonio Díaz Mola (España) / La luz es el asombro

    Árbol

    A un poeta

    Ya has mirado, mucho antes, este árbol.
    Aquí nada es premura.
    Y no te has dado cuenta, sin embargo,
    que respirabas pulso detenido:
    novato ante la vida,
    tan verde como el verde de las hojas.

    Donde cae la fruta
    puede uno esperar súplica o tragedia:
    así sucede un paso a otro paso:
    y la recoges
    para limpiarla o ser
    adivino de brillos en su forma.

    Así ocurre que alguien muere de amor
    a la sombra del árbol
    donde la gravedad es infinita:
    y has contemplado
    el acontecimiento insólito
    de ramas conectadas con el tiempo.

    En este árbol, en su corteza inerte,
    ha contado los días el fenicio
    numerando la carga y la demora.
    Esta raíz custodia el huracán,
    el río, la montaña y lo invisible.
    Desconoces los nombres en latín
    de las taxonomías, y eso es grato:

    una manera triste de morir
    es volverse científico y aséptico
    frente al papel en blanco del poema.

    Renacer

    Con frecuencia la luz
    por su dominio extiende
    una urgencia que aflora en los objetos,
    que circunda los límites del aire.
    Por tanto lo que ves, y lo que intuyes,
    ocupa en tu relieve su relieve.

    Una máquina en marcha hacia lo exacto
    -de qué modo lo exponen los espejos-
    es un cuerpo enfrente de sí mismo:
    renacen densidades de inminencia,
    de espacio que gastamos
    fuera de decisiones o de márgenes.
    Por tanto en lo que ves, y en lo que intuyes,
    un hombre es una forma ya habitada.

    Con frecuencia la luz es el asombro,
    la paz, el fogonazo
    de una hoguera en la noche
    que se consume nítida y paciente,
    el ímpetu del mar a pocos metros,
    su humedad en la orilla, el reguero
    de huellas y las conchas
    otorgan la evidencia
    de que el mundo es mosaico de impresiones.

    Este trajín reposa bajo el aire
    su insistencia tenaz de arqueología
    para que se convierta en existencia
    la vida inerte, el tiempo detenido.
    Es como si la luz proyectara
    en el giro de las cosas
    su afán globalizante:
    ningún cuerpo se libra, por ahora,
    de estar bajo una estrella.
    Bajo un inmenso origen, que es el sol,
    y amanece y calcina y nos ampara.

    Situación

    Algo me has dicho
    de amor y pasatiempos,
    ya lo he olvidado.
    La blanda cama
    no es ahora sino espacio
    de silencio y luz.

    ¿Eres o no
    la que duerme conmigo
    y aguanta mis manías?
    Música lenta,
    las pizas por colores,
    comer callados.

    Hoy no es la noche
    un tiroteo
    en los puertos lujosos.
    Es noviembre.
    Y un libro que había perdido
    lo encuentras debajo de la cama.

    Algún ególatra
    feliz, lo abrazaría.
    Yo no: otro es mi cuerpo.

    Occidente

    En la vegetación del promontorio
    las olas son verdades imprevistas.
    Me miro en su reflejo y soy efímero.
    Hemos llegado al límite
    sabiendo que las flores
    agotan su color en el naufragio,
    y ceden luz al coral, la espuma y el futuro,
    ser consecuencia solo, o ser verdad,
    errante ceremonia de pétalos flotando
    cuya deriva es de agua y de relieve.

    Las horas se conquistan desde lejos,
    y queda el infinito
    al mirar cómo el sol se va marchando
    en un surgir de pájaros sin nombre:
    escala del que admira con paciencia,
    virtud de dos que se aman, y se intuyen
    con el silencio mutuo
    de estar en la caricia o el adiós.
    Parques cerca del mar, y cementerios
    aislados de la vida, pero en ella.

    Querer ser ave

    Qué misterio la altura en desbandada
    y cómo significa el sol lo que promete:
    instaura luz y dota con desvelo
    un aluvión de pájaros sin nombre,
    una tensión con alas de retorno.

    Somos lo que miramos y pensamos.
    O irreducible compostura
    bajo una sombra frágil que rebasa
    la línea horizontal donde sabemos
    cuánto destino es vuelo y pirueta,

    cuánta verdad irradia el camuflaje.
    Somos pájaro en alma y con justicia.
    De qué modo la pluma con que escribes
    diseña en el papel un dulce canto
    que cada cual asume como propio.

    Qué nitidez de bucles en el aire
    y nadie podrá nunca desmentirlo:
    ajusto la mirada, entrego al tiempo
    el silencio universal de comprender
    qué es la gravedad, por qué me excluye.

    (Nació en Málaga, en 1994. Su primer libro publicado es “Apostasía”, con el que
    en 2020 obtuvo el Premio Radio Nacional de España. Un año antes había conseguido el Premio Ateneo
    de Málaga, por su obra “El palacio de Laura”. Realizó estudios de Filología Hispánica. Desde
    muy joven se interesa también por el dibujo).