Inicio

  • Iliana Godoy (México) / Luz y sortilegios

    Tu piel de sombra y agua para ahogarme despacio
    para soñar que sueñas y te veo
    tras el cristal de nunca haberte visto.

    En las mañanas voy con el tacto perdido entre tu pelo.

    Soy en tu pensamiento
    ese hilo que no anudas entre el día y la noche,

    la pregunta,
    el ovillo de tu infancia
    y ese cofre inviolado que aún aguarda
    bajo tu abismo de ojos.

    Hoy recibo el sol con humildad
    como los menesterosos
    el albergue de los parques
    el alcohol y el azúcar para seguir mintiéndose la vida

    Porque el cuerpo no entiende,
    no se degrada ni en la prostitución,

    y en la descrepitud ante la muerte
    libra su batalla más intensa.

    El cuerpo huele a espadas victoriosas.

    Su ponzoña es letal en ciertas noches
    cuando el sexo es beber tantas edades,
    tanto sudor y tanto sobre camas ajenas
    donde la perfección es solo el grito
    que irrumpe en el silencio
    y regresa al vacío miserable de los cuartos de hotel.

    Si el dolor se midiera,
    si yo tuviera el grito,
    la caricia
    certera y firme
    como la herida diestra que pactamos,

    entonces yo sería transparente,
    te raptaría en sueños al columpio sin bridas
    donde la luz oficia sortilegios.

    Yo no sé qué tesoro estoy guardando
    que nade me perdona.

    Condenada a beber mi soledad a tragos
    me vigilo la lucidez a diario,
    y traspongo las puertas que me ofrece
    mi demonio gemelo;
    ése que acecha siempre entre los labios
    entre las sábanas,
    en las rendijas que soborna el aire;
    el que se infiltra siempre
    el que trastoca
    la cordura que esgrimo frente al mundo.

    Una cuerda de guitarra más sonora que el tiempo.

    Asómate a través de este granizo,
    destemplado accidente de sal en primavera.

    Disolvamos la audacia en lagrimal mortero
    y el reptil de nuestra lengua se corone de escamas.

    Deja que el cuerpo sea esta embriaguez de oxígeno,
    y el historial del mundo se despliegue en rocío.

    Ven con tu desamparo a ras de cumbre
    a sofocar mi angustia
    a sellarme la piel
    a prohibir el futuro en cada pausa de tu respiración,
    a desmembrar esta unidad ficticia que el tiempo nos impone.

    Morada

    Toda flor es membrana de una herida
    y en el aliento tenue
    multiplica huellas.

    Su caminar de pies escarnecidos
    asciende a borbotones.
    Una aterciopelada penumbra
    cubre la brillantez
    la vibración
    las voces.

    Coagulada sordina que repite
    la obsesión de mi pulso

    sin respuesta.

    Demorada

    Sin respuesta.
    la obsesión de mi pulso,
    coagulada sordina que repite
    las voces.

    La vibración
    cubre la brillantez.

    Una aterciopelada penumbra
    asciende a borbotones.

    Su caminar de pies escarnecidos
    multiplica huellas,
    y en el aliento tenue
    toda flor es membrana de una herida

    Manos

    Por tus manos de selva
    brota fruta encendida
    surgimiento de carne
    redonda desnudez

    (Nació en Ciudad de México, en 1952. Entre sus obras publicadas figuran “Interregno”, en 1985; “Mástil en tierra”, 1986; “Invicta carne”, 1989; “Sonetos y claustros”, 1993; “Poemas chamánicos” 1 y 2, 1997; “Coral negro”, 2000; y “Conjuro del espejo”, 2002. Fue también historiadora y autora de obras sobre teoría del arte, así como cuentista. Recibió, entre otros reconocimientos, el premio Luis Cernuda, en España, y el internacional de poesía breve en Valparaíso, Chile, por su obra “Tríptico de danza”. Murió en Ciudad de México, en 2017).