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  • Antonio Colinas (España) / Una hoguera de oro

    Nocturno

    Duermes como la noche duerme:
    con silencio y con estrellas.
    Y con sombras también.
    Como los montes sienten el peso de la noche,
    así hoy sientes tú esos pesares
    que el tiempo nos depara:
    suavemente y en paz.

    Te han llovido las sombras,
    pero estás aquí, abrazando en la almohada
    (en negra noche)
    toda la luz del mundo.
    Yo pienso que la noche, como la vida, oculta
    miserias y terrores,
    más tú duermes a salvo,
    pues en el pecho llevas una hoguera de oro:
    la del amor que enciende más amor.

    Gracias a él aún crecerá en el mundo
    el bosque de lo manso
    y seguirán girando los planetas
    despacio, muy despacio, encima de tus ojos,
    produciendo esa música
    que en tu rostros disuelve la idea del dolor,
    cada dolor del mundo.

    Reposas en lo blanco
    como en lo blanco cae en paz la nieve,
    duermes como la noche duerme
    en el rostro sereno de esa niña
    que todavía ignora
    aquel dolor que habrá de recibir
    cuando sea mujer.

    Otra noche,
    la nieve de tu piel y de tu vida
    reposan milagrosamente al lado
    de un resplandor de llamas,
    del amor que se enciende en más amor.
    El que te salvará.
    El que nos salvará.

    La tarde es una lágrima

    Te veo sentada frente al horizonte
    un cárdeno perfil de cicatrices,
    el encinar herido por heridas,
    el tomillo que embriaga los sentidos
    y una flauta que suena interminable.
    No volverá, no volverá, lo dice
    la lágrima que cae de tu ojo, el dolor
    musical, luminoso de tus huesos.
    Se deshará tu brava cabellera;
    se pudrirán tus manos
    y el recuerdo amoroso que contienen,
    mas la lágrima de la tarde,
    eterna durará para negaros,
    para negaros.

    La noche de los ruiseñores africanos

    Cayó el alma en el pozo de la noche
    y desde abajo, desde lo más hondo,
    ve la luna de junio madurar
    en la brisa, que trae enloquecidos
    cantos de ruiseñores africanos.

    Escalinata del palacio

    Hace ya mucho tiempo que habito este palacio.
    Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
    Dicen que baña el sol de oro las columnas,
    las corazas color de tortuga, las flores.
    Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
    Cuento historias de muerte y todos me abandonan.
    Iglesias y palacios, los bosques, los poblados,
    son míos, los vacía mi música que inflama.
    Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño.
    Mis ojos los comió un bello pez azul
    y en mis cuencas vacías habitan escorpiones.
    Un día quise ahorcarme de un espeso manzano.
    Otro día me até una víbora al cuello.
    Pero siempre termino dormido entre las flores,
    beodo entre las flores, ahogado por la música
    que desgrana el violín que tengo entre mis brazos.
    Soy como un ave extraña que aletea entre rosas.
    Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago
    diamantes, topacios, las cosas de los hombres.
    A veces, mientras lloro, algún niño se acerca
    y me besa en las llagas, me roba el corazón.

    La llama

    Hoy comienzo a escribir como quien llora.
    No de rabia, o dolor, o pasión.
    Comienzo a escribir como quien llora
    de plenitud saciado,
    como quien lleva un mar dentro del pecho,
    como si el ojo contuviera toda
    esa inmensa colmena que es el firmamento
    en su breve pupila.

    Me enciendo por pasadas plenitudes
    y por estas presentes enmudezco.
    Lloro por tener cerca una mujer,
    por el agua de un monte
    que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
    lloro porque en los ojos de mi perro
    hallo la humanidad, por la arrebatadora
    música que quizá no merecemos,
    por dormir tantas noches en sosiego profundo
    bajo el icono y en su luz d oro,
    y por la mansedumbre de la vela,
    que sólo es eso, llama.

    Comienzo a escribir y también la escritura
    llora, porque respira y quema, porque pasa.
    Qué gran gozo sentirme
    yo mismo esa palabra que va ardiendo.
    (Porque yo también ardo y también paso.)

    Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
    de suaves jardines,
    a la orilla de un mar calmo y antiguo,
    y me voy encendiendo con la dicha
    de saber que no existe otra verdad
    que no sea esa llama, es decir,
    la del amor que es don y que es condena.

    Son llamas las palabras y son llamas los ojos,
    que lloran sin llorar por el ser que yo fui
    (aquel fuego cansado que temblaba
    junto a otros jardines de otro mar)
    y por el ser que ahora está mirando
    fijamente una llama,
    y que es, en soledad, la llama más gozosa.

    Aquí, en estas riberas…

    Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
    por vez primera, dejo también el corazón.
    No pasará otra onda rumorosa del río,
    no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
    no cantará otra vez el pájaro en su rama,
    sin que deje en el aire todo el amor que siento.
    Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano
    la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos.
    Aquí también las piedras relucen: piedras mínimas,
    miniadas piedras verdes que corroe el arroyo.
    Hojas o llamas, fuegos diminutos, resol,
    crisol del soto oscuro cuando amanece lento.
    Qué fresca placidez, que lenta luz suave
    pasa entonces al ojo, que dulzura decanta
    el oro de la tarde en el cuerpo cansado.
    Hojas o llamas verdes por donde va la brisa,
    diminuto carmín, flor roja por el césped.
    Y, entre tanta hermosura, rebosa el río, corre,
    relumbra entre los troncos, abre su cuerpo al sol,
    sus brazos cristalinos, sus gargantas sonoras.
    Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
    por vez primera, miro arder todas las tardes
    las copas de los álamos, el perfil de los montes,
    cada piedra minúscula, enjoyada del río,
    del dios río que llena de frutos nuestros pechos.
    Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
    por vez primera, dejo también el corazón.

    (Nació en La Bañeza, León, en 1946. Atesora una obra muy extensa, con gran cantidad de títulos, en una serie que comenzó en 1969 con “Poemas de la tierra y de la sangre”, publicado en León. También obtuvo numerosos reconocimientos, comenzando en 1976 con el Premio de la Crítica de Poesía Castellana. Recibió posteriormente el Nacional de Literatura y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Es también novelista, ensayista y traductor. Publicó antologías sobre Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti y el estudio “Sobre María Zambrano. Misterios encendidos”. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Traducción, concedido en Italia, por su traducción de la obra del poeta Salvatore Quasimodo).

Declarada de interés cultural (2014)

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