“Salvo la sombra”, primer libro de la argentina Castillón

La poeta había obtenido en 2020 el premio Ciudad de Archidona, en Málaga, con un poema que abre esta obra.

Por Jorge Boccanera

Una atmósfera que se mueve entre el deleite y la pesadilla, el erotismo y la repulsión, enhebrada a través de una secuencia de logradas imágenes, atraviesa “Salvo la sombra”, primer libro de la poeta Sofía Castillón, nacida en Bahía Blanca en 1989 y radicada hace años en la ciudad de Buenos Aires.

   El respaldo de un galardón –el texto inicial del libro titulado “El camino del monstruo” obtuvo en 2020 en España el premio Ciudad de Archidona, en Málaga- es señal y auspicio de una poesía enriquecida desde distintas vertientes expresivas: de la oralidad extendida a la condensación del haiku, del pasaje lírico y la franja narrativa a la imagen descarnada.

   Y siempre un trasfondo fantástico que recuerda el aire de cuento de hadas desplegado por Olga Orozco en sus textos, donde una niña huye de una membrana adherente que amenaza embalsamarla o corre por un bosque tenebroso buscando un talismán que la salve de una cacería fantasmal.

   Justamente, fantasmas, sombras, cucarachas, espejos negros y monstruos, conforman el extenso bestiario de Castillón, que con soltura teje y desteje el clima espectral para virar de pronto a la sensualidad de la “gula felina”.

   Un gesto mecánico y elemental sería ubicar a “Salvo la sombra” en la línea de “Dr. Jekyl y Mr. Hyde”, “La Bella y La Bestia” o el “Frankenstein” de Mary Shelley -aunque la misma Castillón mencionó entre sus influencias a la escritora inglesa-, cuando más allá de esos referentes hay una voz personal que, desde el título del libro, evidencia otras vecindades y lecturas atentas: del Borges de “Elogio de la sombra” a Emily Brontë, de Sylvia Plath a Poe, de Oliverio Girondo a Emily Dickinson; además de autores japoneses (la segunda parte del libro incluye poemas breves con aire de haikus).

   Habría que preguntarse si la línea de “Salvo la sombra” nos está dando la clave de alguna elección; algo así como: “sólo la sombra” o: “por arriba de todo lo demás, está la sombra”; esa opacidad que se desliza por las páginas hasta llegar a ser, anota Castillón con la certidumbre de la belleza, “el peso fosforescente de una ausencia”.

   Si como dijimos una sección del libro incluye la mirada repentina y concisa del haiku, la primera parte está armada con poemas de largo aliento, tal el caso de “El camino del monstruo”, uno de los momentos altos de esta obra –otros textos que despuntan son “Déjala vivir”, “diálogo con un muerto”, “Gula”, “El canto de una mujer”, “En el mundo”-. Precisamente “El camino del monstruo” resume el espíritu del libro en ese desglose entre el hablante y el personaje, reunidos por momentos en una misma entidad. Escribe la poeta: “un monstruo espía en mi ventana… tomé cada fracción del anhelo/ cada porción de la carne/ cada pedazo de ser/ y los junté/ en una bestia… Y me arrepentí… Mis pies desnudos calzan su huella”.

   En su ensayo “El prodigio monstrado” (sic) del libro “Monstruos” (edición de la Universidad Nacional de Jujuy), con textos de varios autores, el escritor Jorge Accame señala que el fenómeno se revela en la mirada del que ve. Accame se apoya en seres mitológicos –Perseo y la cabeza de Medusa- para señalar que “el que mira al monstruo se convierte en otro monstruo”; la “mirada ‘devuelve’ al que mira su naturaleza monstruosa”; y agrega: “los monstruos son desterrados de la naturaleza por la manera de mirar del hombre”. La mirada entonces como habilitadora de las diferencias que dan lugar distintas formas de estigmatizar. Escribe Castillón este verso contundente: “vi el cauce de la sangre falsa… No pude resistir la mirada sin Dios”. En otro poema, “Déjala vivir”, expresará: “que la cucaracha viva/ sea a tus ojos/ el reflejo de una bestia”.

   Castillón teje su telaraña de sueños en casas fantasmales o en el interior de una ballena muerta, donde una niña se transfigura constantemente entre sustancias inestables. Dice: “la materia del pensamiento/ único órgano del presente/ es una gelatina amarga… Mi cuerpo, antes humano/ se deforma en geometrías planas/ texturas viscosas”.

   En suma, un excelente primer libro, sustentado por imágenes visuales y un lenguaje fluido –quizá uno de los escasos puntos objetables sea el ritmo a veces tropezando con la tozudez del octosilábico tamborileante- que abre expectativas sobre futuros trabajos de Castillón.

   Por último, los poemas breves de la última parte de “Salvo la sombra” dan un sosiego al vértigo de esa metamorfosis constante que asoma en una tiniebla de candiles mortecinos. La autora, que en alguna entrevista dijo estar leyendo a autores japoneses de épocas diversas –Sei Shounagon, Kenji Miyazawa, Hiromi Kawakami y Nantsume Soseki, curiosamente ninguno de ellos poeta-; entra sin esfuerzo a esa lírica por goteo que honraron poetas, desde Basho hasta Buson: “Noche de hielo/ bajo el peso caliente/ de una sombra”, expresa la poeta bahiense.    Por otro lado, muchos versos de “Salvo la sombra” parecen caminar en puntas de pie sobre el relámpago súbito del aforismo. Un ejemplo basta para sostener lo anterior y dar la medida de “Salvo la sombra”; el momento en que la poeta susurra al oído del lector que: “El muerto/ se pasa la muerte/ preguntando”.

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