Luis Lorente / Papeles por la casa

   Díscolo

Tú que escribes por mí, dime
si has visto el aire horizontal
que minucioso en el transcurso
de la noche pasa y lo descubre
todo, incluso el alma muerta
de las cosas, la luz que inclina
su mirada hacia las hojas llenas
de palabras, hacia las hojas donde
unos dibujos de esmerados nervios
acaban diciendo, mejor me acompañas
y escribimos juntos, no las mismas páginas
sino algo terrible, con sangre y desesperado.
Una historia absurda como fue esta historia
de tú y yo sentados en sillones
dando fuertes gritos pero sin hablarnos.
Humildes, sin nombres, como si este tiempo
detenido encima de nosotros mismos
nos borrara el nombre, o no permitiera
que fueras mi amada, repleta siempre
de infortunios que caían del cielo
o yo provocaba, díscolo, inventado
por quién sabe dónde, como a la deriva
como esos papeles que andan por la casa
estrujados como los zapatos que ya nunca
usamos, siniestros zapatos.
Tú que escribes por mí, dime cómo viste,
dónde estabas cuando los muertos cercanos,
tranquilos comieron hirvientes cebollas
y escogían las tazas, primorosas tazas,
las de la vitrina, con flores, para el café amargo.
Un día me contaste que una de las ánimas,
la más intimista, quería acariciarte tu pelo rojizo
pero vio a María que bailaba sola en la sala oscura
–el aire apagaba las velas radiantes–
y se fue, la viste salir deslizada por una ventana
como un pez plateado que no recordabas
por inalcanzable y que pertenecía al mundo
de lo extraordinario, donde no hay mañanas, dices,
sólo transparencias, ni noches, ni páramos;
pero hay una lluvia que tampoco es lluvia
por su ligereza, por iluminada. Dime más,
¿de dónde viniste?, háblame y deja
olvidados, que el polvo los muerda
hasta destruirlos, hasta que zozobren todos los zapatos.

Hipótesis

¿De qué año hoy es once de abril?
¿Cómo se llama Julia la que escucha
el rumor de las begonias?
¿Cómo se llama Julia cuando duerme?
¿Quién sigiloso toca fuerte, con ansias
en la puerta, urgente, tembloroso
reclamando el placer de la tristeza?

¿Quién no sabe que tú pudieras ser yo mismo,
disfrazado de ti y con tus manos en el laúd,
inesperadas, haciéndome pasar
por Mefistófeles, el que interpreta otro papel
anónimo cualquiera, palabras manuscritas
sin mucha cohesión?

¿Si hacíamos el amor y no la guerra,
cómo íbamos a ser libres o mártires,
cómo se tomaría el cielo por asalto
entonando los himnos, las consignas dogmáticas
y los pronunciamientos sobre la victoria y la fe?

¿De qué estabas hablando, a dónde fuiste,
qué ignoro si camino una circunferencia,
un remolino surgido en la campiña
por los alrededores de la tierra allá en Pinar del Río?

¿Qué quisimos decir cuando callamos,
mirándote nadar otros kilómetros
para hacer tu familia con delfines?

¿Todos somos distintos de la misma manera
en que somos iguales, aire de agua,
viento de cuaresma, nordeste preferido de las recordaciones?

¿De qué tarde sería esta tarde una hipótesis?
¿Ese muerto en la fiesta con la ropa tan limpia,
con tanto aburrimiento y afeitado, coherente,
como un hombre cabal, ese muerto es el mío,
imperfecto, el que incumple las leyes,
las costumbres, el decreto infalible?

¿Hago la voluntad del padre y no la mía?
¿Quién me busca y persigue y se impone
en voz alta y dirá que este nombre es ilógico,
anacrónico, no es verídico, es impropio, anticuado,
es un nombre de asmático? ¿Por qué no se pronuncia
en Crimen y Castigo ni en Una temporada en el infierno,
ni aparece en la lista de los condecorados?

¿Qué se dice en la calle, en la casa de otros,
entre los izquierdistas, qué se piensa de Julia?
¿Cuando no escampa lloras, te repliegas, te tapas
con las piedras preciosas, con gusanos de seda,
hojas de roble, con el fondo marino, con la espada
rebelde que te aplaca la ira?

¿O te cubres contigo solamente y te basta?
¿Es posible la vida entre tardes tediosas,
das un giro, otros pasos y flotas donde te has dado
cuenta de que careces de frío y de importancia?

¿Es servil mi silencio y por eso describo avergonzado,
a grandes trazos paisajes primitivos,
las horas tormentosas, permanentes?
¿A quién vieron los ojos ocultarse detrás de la mampara,
sería un alma cuidadosa y ubicua llevando un laúd cobijado en su brazo?

¿Era Julia quién iba?
¿Antiguos moradores viviendo en la vicisitud de la intemperie?
¿Era Julia que no había sido nunca encontrada, ni por azar,
ni pura coincidencia, ni porque la evocáramos?

¿No fue siempre un designio, un mandamiento, un deseo
impostergable y obsesivo que la conversación versara sobre Cuba?

¿Está echada la suerte, reina calma, todo tranquilo
con premeditaciones, expectantes en casa para ver
si algo ocurre que no sea la llegada crucial del gatopardo?

¿Vuelven las noches, las mañanas, los bellos años de la lucha
armada, desfilan militares, mujeres, adivinos, hombres como
nosotros, un ciego enamorado?

¿Acaso no fui yo quien te lo dijo?
¿O estaba habitualmente confundido y oyéndote decir
que evitarías la desaparición de tus dos caras?
¿Coinciden las dos caras?
¿Existe una supremacía, divergencias, pugnas, decepciones,
opiniones políticas contrarias?
¿Te has puesto un antifaz para esperarme?

¿Todo fue reducido y escaso, no hubo que lamentar
limitaciones, impedimentos, que se obstaculizaran los caminos?

¿Ni tú, ni yo, ni Julia? ¿Nadie?
¿Cuál fue la fecha exacta de su ausencia, la transfiguración,
lo que ocurrió, el milagro?

¿Alguna vez la dimos por perdida y guardamos sus trajes
de aristócratas y sus libros escritos en La Habana?

¿La despedida la consumó por fin en una epístola donde
se declaraba muerta hacía muchos años, muerta y culpable?

¿El dueño del laúd era un espectro que recibía dictados
de otro artífice, y establecían diálogos tocando sus laudes
y nosotros también nos convidábamos?

¿Cuántos éramos todos?, ¿cuántas personas vivas componían la tarde?
¿La señora como una quimera que había permanecido en una silla
incomodísima, acaso no era ella, no se llamaba Julia esa señora?

 Bailemos

Bailemos esa música barroca
que el tiempo manuscribe veloz
en la pared, bailemos como dos
pelícanos agónicos, caricaturizados
huyendo de la tarde definitivamente.

Bailemos en voz baja, bailemos
otra vez un vals irreductible.
Que las manos carentes
de opulencia resbalen por los feudos
invictos de la espalda.

Bailemos esa música de circo,>
de andar por los trapecios, entre
fieras, bailemos sin decir una palabra,
dentro de un claroscuro donde brillan
insectos que aprenden a volar.

Bailemos un danzón melodramático,
entréguele la oreja a la lengua voraz
de Frank Sinatra, música incidental
para protagonistas de escenas de suspense.

Bailemos a capella, un aire huracanado,
canción de desamor, aunque no estemos
convencidos que estuvimos bailando en la taberna,
encima de una ola, debajo de un cerezo.

Bailemos un discurso sedicioso, el aria
de una ópera, un concierto de oboe,
ese violín sonando dentro de la excesiva carne
de su pecho, emoción, soledad, esquizofrenia
que se baila como una contradanza en el Liceo.

Bailemos monte adentro, profundo, inalcanzable,
en el palenque, acosados, en la aglomeración,
en la maraña, el manoseo, en el tapiz
de espacios transparentes.

Bailemos hoy afuera del tapiz, mañana
en los salones de su campo abierto.
Dioses que se erotizan al saber que el mar les queda cerca.

Bailemos descorazonamientos, ruinas de la tarde
geométrica, veleros que se acercan a interrumpir
la cópula con osadía en la saleta a la vista
de todos los ausentes.

Bailemos la ambición de los crepúsculos,
sus grandes actuaciones, la música irreal,
colgados de los puentes a punto de caer

como frutas maduras en la alfombra,
con una ventolera, flores secas, espadas antagónicas.

Bailemos como hacen las ballenas
dejándose llevar según sus corazones
intranquilos, pero siempre fastuosos,
las ballenas que cuidan de su alma
como la nuestra impía.

Bailemos poseídos, divinos pies de Aquiles,
un nido de serpientes enroscadas; fatuos,
indecorosos, sin comedirnos tanto, sin mutuas
atracciones, divergentes.

Bailemos como desesperados oriundos
de la noche, dando pasos a ciegas,
a la orilla del mar fucsia, escarlata,
vísperas de una tromba marina,
sin importarnos en absoluto nada.

(Luis Lorente nació en Matanzas, Cuba, en 1948. el 28 de enero de 2022 le fue adjucado el premio Casa de las Américas por “Excepcional belleza del verano”. Los poemas aquí publicados son de obras anteriores. Sus primeros poemas aparecieron en boletines literarios de su provincia natal. Publicó en 1975 “Las puertas y los pasos”, seguido por “Café nocturno”, 1984; “Ella canta en La Habana”, 1985; “Aquí fue siempre ayer”, 1997; “Más horribles que yo”, 2006; “Fábula lluvia, antología poética”, 2008; y “El cielo de tu boca”, 2011. Ganó por primera vez el premio Casa en 2004, con “Esta tarde llegando la noche”. También obtuvo el premio de la revista literaria El Caimán Barbudo y el premio Gaceta de Poesía-Revista Prometeo, de Colombia, en 2020).

(30.1.22)