El universo compartido no impide que haya búsquedas específicas en escena. Debate en un festival de poesía en Buenos Aires.
“La poesía en el teatro” fue el título de uno de los encuentros del Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, realizado en agosto por el espacio Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, de Buenos Aires.
Participaron la actriz Ingrid Pelicori, quien atesora protagonismo en numerosos espectáculos basados en poesía; Eduardo Gilio, director y docente de teatro; Ana Yovino, actriz y directora teatral; y Francisco Pesqueira, actor, dramaturgo, director y poeta.
Poesía y teatro “empiezan juntas, empiezan unidas, y siempre se reclaman”, dijo Pelicori, quien se enfocó en dos planos específicos. Uno de ellos la oralidad, que contiene “todo lo que le ocurre a la palabra cuando viene la voz a ella, todo lo que la voz puede iluminar, hacer resonar, incluso por la propia subjetividad del que habla, tal vez más allá de la intención de quien escribió”.
Es que, insistió, “todo decir de poesía en voz alta es una interpretación, y puede haber muchas interpretaciones” de un texto poético, dado que “interviene la subjetividad de quien está diciendo”.
“Allí se cruza el misterio que siempre tiene la poesía, porque la poesía es palabra que preserva su misterio, una ambigüedad, una resonancia, no decir del todo algo literalmente, sino evocar y convocar a la imaginación y a la sensibilidad. Es decir que la poesía en la oralidad es de cada persona, de modo distinto. Es un encuentro entre mundos”, explicó.
Luego está el plano de la dramaturgia porque, continuó Pelicori, “cuando uno lee en su casa poemas los ordena como quiere, o se detiene, los piensa, saltea lo que no le gusta. En cambio, cuando está en un espectáculo de poesía no están esas posibilidades. Entonces hay que armar el espectáculo teniendo en cuenta la atención, cómo conducir la atención del espectador, tomar en cuenta la música de la voz, que es un elemento que está presente en ese armado, los ritmos, los climas, y por supuesto los temas”.
La actriz citó experiencias en las que los textos poéticos tuvieron una unidad temática, para referirse a un acontecimiento o momento histórico, pero es algo que se acomete “sin perder la irradiación que tiene la poesía, nunca de un modo literal, donde la palabra quiera decir solo una cosa, sino con toda la posibilidad de transparencia y oscuridad que tiene la poesía, de revelación y de custodia de los enigmas que tiene la condición humana”.
A su turno, Gilio se identificó con un concepto que no es el del espacio “convencional” del texto teatral, sino que propone “la creación en escena”, sin partir de un libro.
En ese marco, a su entender “la poesía, el hecho poético, la poética en general, es aquel origen que está en la danza y en el teatro y que moviliza y nos moviliza como artistas, como creadores. Porque no hay concesiones, la poesía no es bla bla, no es largos discursos, la poesía es la palabra concentrada, la sintética, la palabra justa. La verdadera poesía es indispensable y no necesita páginas, páginas y páginas”.
La poesía, consideró también, “debe ser dicha; no entiendo lo de la poesía leída en la obscuridad, en el silencio. La poesía es la creación y la substancia de la palabra”.
Yovino intervino con referencias a la puesta “Encuentro de poetas”, que fue simultánea al festival, y que desarrolla la búsqueda de Vicente Zito Lema del poeta Jacobo Fijman, y el encuentro con él en un establecimiento psiquiátrico.
Coincidió con Pelicori en que “es complejo pensar la poesía en el teatro para no develar sus misterios y no ponernos explicativos con lo que la poesía nunca nos explica, sino que deja reverberando, que tiene capas”.
Así, el desafío es “hacer eso en el teatro sin achicarla, sino dándole una estructura para que quizá se amplíe a otra posibilidad expresiva”. Definió al poema en escena como posibilidad de una “ampliación sensorial”.
Sobre la relación entre poesía y teatro, Pesqueira evocó su experiencia personal, cuando asistió a los ocho años a una función de “Doña Rosita la Soltera”, de Federico García Lorca.
Fue un hecho, dijo, que modificó su vida “por completo”, “una epifanía”, porque se abocó de inmediato a fabricar en su casa títeres para llevarlos a una actuación.
Dijo: “Creo que todos somos poesía, pero tardamos en darnos cuenta. Lo que la poesía trae entra en uno, y se le queda para siempre”.