Exilio
Morirás en exilio… Moriremos.
Alicio Garcitoral
Moriremos de asco, como los alacranes
que se clavan la uña venenosa en el pecho
cuando el hombre los cerca con brasas y con humo
por diversión estúpida de final de semana.
Moriremos de pena, como las catedrales
que buscan el suicidio derribando sus torres
con una sangre espesa de barbas de vitrales
sobre el asfalto duro indiferente al tiempo.
Moriremos de angustia, como la mar que muere
para que vivan siempre los que no mueren nunca,
con una guardia póstuma de los peces espada
y un arrepentimiento final de tiburones.
Moriremos de odio, con la espina clavada
-como un rejón de fuego vomitando blasfemias?
en esta pobre vida cansada de morirse
y harta de no morirse, del sí, del no y del puede.
Moriremos a chorros, como mueren los ríos
que buscan por salvarse un caballo sin cola,
hasta que el mar nos trague y recojan los barcos
nuestro grito de rabia en radar subconsciente.
Moriremos dos veces, como muere la luna
que se levanta muerta y se acuesta menguante,
con un collar de estrellas brillando en nuestro pecho
y un lecho azul de nubes para nuestro descanso.
Moriremos de pie, como muere la espiga
cansada de su viejo papel de dirigente,
lanzando cada grano a un punto de la rosa
para que otras espigas nos germinen mañana.
Moriremos de angustia porque estamos muriendo
de esta angustia diaria que nos busca y nos cerca.
Moriremos gritando las verdades que ahora
no suben a los labios porque no las sepamos.
Moriremos pintando la brújula que sabe
marcar los cuatro rumbos en los ángulos rectos:
En el nombre del Norte, del Sur, Este y Oeste
dejamos, sin el nombre, la huella de este cántico.
Moriremos de ausencia, como mueren las madres
que un día nos despidieron clavadas en la tierra,
como árboles de acero, seguras de que nunca
podrán darnos un beso ni cerrarnos los ojos.
Moriremos de otoño, como mueren los árboles
cansados de dar frutos y nidos gritadores;
pero mañana un nuevo arañar de raíces
cuajará en nuevos pájaros y en frutos rezumantes.
Mañana volveremos a estar sobre los mares,
en los ríos que peinan su cola de caballo,
en las madres que vuelven a mostrar nuevas sendas
y en la rosa y el nido y en la cuna y la escuela.
Bajaremos de todas las montañas de sombra
con un pico de acero para abrir nuevas luces;
para adornar el pelo de las novias llorosas
con una clara estrella y una rosa de alba.
Le diremos al mundo lo que ahora le decimos,
pero con voces nuevas y palabras antiguas.
Y escribiremos este mensaje de alegría
en la frente de todos los hombres de este mundo:
Venimos de lo eterno y hacia lo eterno vamos;
venimos del ayer, del hoy y del mañana;
venimos a deciros con pólvora o sonrisa
lo que estáis esperando que os digan: aquí estamos.
Martín Manzano, alcalde de Móstoles,
fusilado en la cárcel de Porlier.
En esta noche negra que cubre todo el cielo
mientras gritan los muertos con voces traspasadas,
quiero decirte, HERMANO, mi adiós de despedida.
Bajo el compás abierto de tus piernas serenas
pasa el río que nadie salvó con la mirada.
Si en esa ruta tienes tú rol de navegante
deja que en ti salude al mejor Capitán.
Que aguarden esos hombres que esperan en la puerta
la corona de espinas de tus brazos labriegos
para cerrarla a golpes de llaves y eslabones
al cuello de tus manos aún no decapitadas.
O que vuelvan al mundo de su cuadro de Goya,
donde el farol devora la rueda de los días,
porque tú eres la Vida con sus pomas maduras.
Tu sangre, derramada antes de ser vertida,
endurece la arcilla del hombre de la calle
y abre venas y surcos en la tierra sedienta
donde duermen tranquilos tus hijos y los míos.
Toma mi corazón. Llévalo en esa mano,
con geografía de montes y ríos de trabajo,
para que sea mañana una robusta encina
cerca del jaramago, de la estrella y la rosa.
Me duelen tu tranquila serenidad de justo,
tu verdad que harakiran las duras bayonetas;
tu bondad verdadera, tu sonrisa de niño,
tus manos puerperales, de vuelta del arado;
y ese perdón tranquilo, de semilla espontánea,
sin hiel y sin vinagre, que Cristo envidiaría.
Me duele el agua clara tranquila de tus ojos,
tu postura de siempre, tu voz de cada día,
tu cigarro sin miedo, tu tranquila conciencia,
tu sonrisa, tu amable despedida sin vuelta.
Desde la alta colina en que nos dejas solos
déjame que te grite con voces que me llaman
desde todos los rumbos cruzados de la rosa
la verdad que me dictan los hombres que no han muerto:
Mañana, cuando se oigan avanzar nuestros pasos,
tú estarás con nosotros porque tú eres la IDEA.
(De “Poemas de ausencia y lejanía. Poesía completa”, Libros de la Herida, Sevilla, 2021. Antonio Otero Seco nació en Badajoz, en 1905, y murió en Rennes, Frnacia, en 1970. Fue encarcelado tras la Guerra Civil y condenado a muerte por la dictadura. La sentencia fue conmutada por prisión a 30 años. Salió en libertad condicional y pese a las circunstancias adversas se sumó a la resistencia al régimen totalitario. Publicó con seudónimo, porque su nombre estaba censurado. El régimen volvió a tomarlo prisionero y lo sometió a torturas. Con ayuda externa, pudo salir al exilio en 1947. Estuvo primero en París y luego llegó a Rennes, donde siguió trabajando en apoyo a las víctimas de la dictadura, dentro y fuera de España. Tras su muerte en la ciudad francesa, en 1970, se publicó “Obra periodística y crítica: Exilio 1947-1970”).