Con estas manos
Con estas manos que han tocado todas las puertas y los años
y a las que nadie respondió
Con estas manos que han abierto la rosa oscura de los puertos
sin encontrar una canción
Y que han cerrado en los espejos los dulces ojos de los muertos para no ver su sangre al Sol.
Manos de amante y de suicida que se enguantaron en la mentira
y acariciaron sin amor.
Con estas manos que he perdido toco tu cuerpo como un niño
abre entre sueños una flor
Toco tu cuerpo como un ciego que a medianoche mira el cielo
y sin saberlo enciende al Sol.
Cual si tocara una guitarra, cual si tocara una guitarra toco
tu cuerpo que no acaba y eres la única canción.
Dan las campanas tu recuerdo en punto
Dan las campanas tu recuerdo en punto.
Afuera se pasean las dos de la mañana.
Nada pudo diciembre contra el semestre tuyo.
Nada el sol silencioso contra tu sombra hablada.
Desde el fondo de todo
lo que tengo,
me faltas.
Dan tu recuerdo en punto las campanas.
Y afuera se pasean,
de una
en una,
las dos
de la mañana.
Venid a ver el cuarto del poeta
Venid a ver el cuarto del poeta.
Desde la calle
hasta mi corazón
hay cincuenta peldaños de pobreza.
Subidlos.
A la izquierda.
Si encontráis a mi madre en el camino,
cosiendo su ternura a mi tristeza,
preguntadle
por el amado cuarto del poeta.
Si encontráis a Evelina
contemplando morir la primavera,
preguntadle
por mi alma
y también por el cuarto del poeta.
Y si encontráis llorando a la alegría
océanos y océanos de arena,
preguntadle
por todos
y llegaréis al cuarto del poeta:
una silla, una lámpara,
un tintero de sangre, otro de ausencia,
las arañas tejiendo sordos ruidos
empolvados de lágrimas ajenas,
y un papel donde el tiempo
reclina tenazmente la cabeza.
Venid a ver el cuarto del poeta.
Salid a ver el cuarto del poeta.
Desde mi corazón
hasta los otros
hay cincuenta peldaños de paciencia.
¡Voladlos, compañeros!
(si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras.)
Nocturno de Vermont
Me han contado también que allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?
¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.
Ni el galope del mar; atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena.)
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera.
(un silencio de jazz sobre la hierba.)
Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia…?
Palabras para un ciego
Pasa por este mundo como si caminaras en el
alambre de un circo lloroso, con el sol en la mano
ten cuidado, no se vaya a caer tu corazón,
recuerda que estás solo al borde de un abismo
insomne, y que al fondo de todo, nadie te
aguarda sino tú mismo, un pozo
oscuro, un ojo que agotó ya sus mares en mirarte.
Mírate
Usurpa el sitio de tu sombra,
entrégate,
retente en tu memoria,
ten cuidado,
estás solo.
Vuelve la frente: alguien te llama, sentado
en el principio de las cosas, te dice «anreteadiv»,
no le creas, es uno que perdiste para siempre
cuando tus pies sostenían la tierra, avanza
entonces, llévate de la mano a las estrellas,
recíbete como un abrazo que olvidó su cuerpo
en el vacío, cierra los ojos y
mira: el sol pende como un fruto negro, córtalo,
ordena tu morir, ponte la boca,
sube a tu corazón, bebe los ríos claros de tu sangre!
(César Calvo nació en Lima, en 1940. Integró la Generación del 60, que buscó la proximidad entre la poesía y las evoluciones sociales y culturales de la época. Publicó su primera obra de poesía, “Carta para el Tiempo”, cuando tenía 20 años. Siguieron “Poemas bajo tierra”, también en 1960; “Ausencias y retardos”, 1963; “Cancionario” y “El cetro de los jóvenes”, 1967; “Pedestal para nadie”, en 1975; “Como tatuajes en la piel de un río”, 1985, y “Puerta de viaje”, 1989. Fue también narrador y autor de canciones, actividad por la cual grabó un disco con Reynaldo Naranjo. El interés por la música se expresó, asimismo, en su labor como director artístico del Conjunto Folklórico Perú Negro. Asumió también compromisos políticos y abrazó la defensa del ambiente en la Amazonía. Murió en Lima, en 2000).