Ser costumbre
Yo vivo en el silencio luminoso,
en el azul diario y en la altura
de estos cielos del sur sobre la piedra.
Vivir en el mirar más sosegado
y ser en la mirada esencia y fin,
el nacer de los días, la despedida,
el dulce recogerse hacia la nada
y ser, en la costumbre, otro silencio.
El esfuerzo del copista
En el siglo que vives, dice Steiner,
nacen algunos hombres sabios,
compleja es su palabra, como todo lo hermoso,
algunos la descifran y a nosotros la traen, a nuestras manos,
transformado lo oscuro en clara compañía,
gozosa redención de nuestro no saber.
Y luego, los copistas con paciencia sagrada,
letra a letra, como rastro de gorriones en la nieve,
entre surcos de tinta sembramos las palabras.
Paisajes paralelos
En Coral Gables, Juan Ramón, recién llegado
a aquel país en donde la grandeza lo abrumaba,
las calles como ríos, latiendo el corazón en los motores,
la pretenciosa altura de las grandes terrazas,
la lejanía del cielo. En Coral Gables escribía
de los pinos redondos de Moguer,
refugiado en la cercanía de los recuerdos.
En Valencia, Machado, envejecido,
sintiendo la derrota en el sabor del agua,
inventaba octavillas de victoria en huertos de naranjos,
caía la ceniza en el reloj de plata.
En la extrañeza vivía Juan Ramón,
“todo ve con la luz de dentro, todo es dentro”;
del minúsculo ser que hay en las cosas
y hace de la nostalgia un vivir nuevo,
de la dulce tristeza de la lluvia “en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,” habla Machado.
Compartidos paisajes de compasión y ausencia,
vidas, que en la palabra fueron y en ella se sostienen.
Los oficios
Desconocía el arte de la música,
la proporción y la armonía del número,
con torpeza copiaba las notas, las escalas,
y era infantil su letra, trazada con esfuerzo,
como el niño que escribe mordiéndose los labios,
apretando en sus dedos el lápiz o la pluma.
“Mi ciencia está en el tacto de mis manos”
y bajaba los ojos y elegía
la madera apropiada más afín a la pieza,
para la tapa armónica el árbol del abeto,
el resuello del arce para el fondo,
la firmeza del ébano en clavijas, bastidores;
mimaba los barnices, sostenía
que sólo al sol podían afinarse,
pues el fuego quebraba la hermosura,
la irisación de los aceites, el brillo perdurable.
Acercaba su oído a los troncos apilados,
“es preciso saber si en este árbol
ha cantado algún pájaro”, decía
Antonio Stradivari, laudero de Cremona.
Palacios en la nieve
Palacios en la sombra de la nieve,
rojos palacios hechos de tierra roja,
más altos que las plazas, los jardines
donde vienen los viejos por ver pasar el aire
o recordar la vida en los sonidos,
que llenen su silencio o los distraigan.
En las calles antiguas el amor nuevo,
que es uno y solo y vuelve cada día
a pregonar su gozo en las paredes,
geranios de alegría en sangre viva.
Las horas bulliciosas, la aventura
esperando a la vuelta de la esquina
y las bocas abiertas y los ojos cerrados.
(Nació en Alcalá la Real, Jaén, en 1946. Cuenta con una extensa obra publicada, que entre otros títulos incluye “Esfinge”, 1978; “La manera en que muerdes tus labios cuando esperas”, 1981; “Cuaderno de Salobreña”, 2004; “Última línea”, 2007; “Hotel comercio”, 2017; y “Nadie vendrá”, 2019.
En 2022 obtuvo el premio Antonio Machado en Baeza, por “El esfuerzo del copista”. Antes había ganado los premios ciudad de Zaragoza, Manuel Alcántara, Antonio Oliver Belmás, Ciudad de Pamplona, Ciudad de Salamanca y Vicente Núñez).