Carlos Vicente Castro / Superhéroe

Nació en Zapopan, Jalisco, en 1975. Entre sus obras publicadas figuran “Carcoma”, 2006; “Late Night Show”, 2019; “Apócrifos + Circo + Un edificio en construcción”, 2014; y “Salida de emergencia”, 2020. Los poemas que siguen son de este último libro, que Mano Santa Editores ofrece en libre disponibilidad en https://manosantaeditores.wixsite.com/poesia).

Quisiera ser un superhéroe

Armado con arco y flechas y encapuchado,
no errar un solo tiro al apuntar a mis enemigos,
a esos que además están dentro de mí, aguardando.
Quisiera ser un superhéroe que olvidara
algunas secuelas de equivocadas decisiones
como aquello que en la mudanza se pierde,
como si detrás de la máscara estuviera a salvo
de este sonriente rostro al que desconocidos
saludan en la calle.

No he salvado al mundo

He pasado por entre calles vacías
como si caminara sobre algodones,
fuera de mí, dentro de pensamientos
que no llevan a ninguna parte,
ni siquiera a mis propias manos,
a mis dientes, a mis piernas.
Es tal esta debilidad que me encierro
en un cubo con la puerta entreabierta
para que no pase demasiado sol,
ni demasiado aire o cielo.
La cortina deja mirar una línea azul
detrás de los barrotes de la ventana,
como si quisiera abrir una grieta.

Selfies

No me agradan los adictos a tomarse selfies,
siempre fotos de sí mismos como si necesitaran
verse todo el tiempo con diferente paisaje.
No creo en su enamoramiento personal,
ni que dure, ni que importe, ni tampoco creo
en su carisma de platos rotos. Algún día despertarán
engullidos por su propio yo, atascados en el mismo
rostro aunque se trasladen al fin del mundo.
Algún día todas las selfies juntas, una sobre otra
no serán más que una sola selfie infinita
que documenta el deterioro.

No soy bueno para escribir poemas de amor

Si me atreviera a escribir alguno lo dedicaría
a una robot que comprendiera la red
de sinrazones de mi cerebro, o que al menos
la aceptara sin remedio ni remedo.
Un poema cibernético dedicado al líquido verdoso
que corre por sus conductos metálicos, que aligera
sus articulaciones, da rubor a sus labios y brillo
a sus ojos que cambian de color según las emociones.
Le llamaría como a la robot de esa serie rusa: Arisa.
Y sería como ella única, y recibiría de mí versos
de amor cortés, de amor metálico y aceitoso,
de amor en bits, de misterioso amor en bits.
Ella me protegería de mis propios pensamientos
mientras dure su fuente energética,
permanezca en su memoria,
me guarde como a usuario predilecto.
Yo cuidaría de ella en tanto practique conmigo
videojuegos, juegos de mesa, alternativos,
leyera obras de teatro en voz alta o cuentos eléctricos.
Me hablaría de mil formas: con voz meliflua,
voz de animal salvaje o de ave, voz de robot agonizante.
Mientras el mundo permanezca alejado
de nuestro enredo de cables, de hardware.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *