Andrés García Cerdán / Palabras que son puertos

Nació en Fuente-Álamo, Albacete, en 1972. Entre sus obras publicadas figuran “Barbarie”, en 2015; “Punto de no retorno”, 2017; y “Defensa de las excepciones”, 2018. En 2022 ganó el premio de poesía Francisco Brines con la obra titulada “Químicamente puro”.

Línea de costa

La diferente longitud del verso
y el lugar al que llega
cada vez que intentamos decir algo
esculpen una línea de costa imaginaria
en el poema. Ese
es el límite entre los mundos.
El litoral del tiempo y el lenguaje.
La erosión, la marea, las urbanizaciones
trazan un recorrido eléctrico
y una frontera sur,
un borde incandescente entre tú y el océano.
Algunos versos caen al poema
a plomo,
como caen los acantilados.
Otros versos extienden
sus blancas arenas con total docilidad,
hasta dejar de ser.
Se abre una bahía
en torno al verbo resistir.
Reconozco palabras que son puertos.
Las breves depresiones,
los accidentes,
las calas
ecualizan el canto. Vibra
sobre el papel el pulso
del viejo electrocardiograma lírico.
El corazón explota a diferentes
profundidades.
Si calla el horizonte, hay que callar.
No sé bien cómo, pero
voy a elegir contigo
una ensenada en esta costa,
un lugar que aún no haya sido invadido
por las excavadoras,
donde podamos estar solos
y bañarnos desnudos
y, en mitad de la noche, encender una hoguera
que arruine todos los satélites.

Inútilmente

La metáfora ha perdido los pies
después de tanto andar por mi ciudad y mi tristeza.
Alguien ha dicho cosas redondas sobre un perro
o un álamo, pero ya no es posible la salvación
metafórica del mundo. Acaso la epifanía
del alcohol que cruza nuestras venas
se ha aproximado alguna vez a este leve caminar
sin rumbo buscando la imagen de lo afable;
a duras penas nos ha llegado hacia abajo,
y hacia el fondo y ha sido hermoso creer en las cosas
hasta no prescindir jamás
de su incorporación a nuestro olvido recíproco.

Para nada sirvió que urdiéramos excusas
para el pasado, y que volviéramos
de repente desnudos a una fiesta. La metáfora
perdía los pies persiguiendo la duración del tiempo
en un metro de París,
persiguiendo a muchachas de ojos caleidoscópicos
que cantaban los Beatles. El amor
y el mundo nos reclamaron para asaltar sin retórica
la ilusión que florecía en nuestros zapatos,
y sólo pudimos tirar por la ventana,
muy inútilmente,
los poemas de algún hombre de nuestro tiempo.

La metáfora ha perdido los pies
y me pregunto si es así posible
que nos pertenezca el temblor de los días
o la nube levantada sobre nosotros
lo muchísimo que amamos aún a la madre.

Nuestra indolencia cree
al amor inválido de lo absurdo.

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